Cuando en la pantalla del viejo televisor en blanco y negro aparecía un paisaje nevado, mi abuela sentenciaba invariablemente: “Cuando nieva es porque los ángeles están en una pelea de almohadas”, y yo siempre le preguntaba cómo era la nieve, pero ella no podía contestarme porque no la había visto nunca. Donde yo vivía jamás nevaba.
En mis primeros años me gustaba saber que los ángeles existían. Mi abuela me contaba, también, que cada persona contaba con un ángel guardián que velaba por cada uno y evitaba que nos pasase nada malo. Confiada, fueron muchas las veces que, antes de acostarme, recé a ese angelito protector para que cuidara de mí y de mi familia. El que mis padres me hubiesen puesto el nombre de Angélica reforzaba la simpatía que me inspiraban aquellos seres celestiales invisibles.
Héctor Daniel Olivera Campos
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