Clemente no era de los que renunciaban a sus sueños, en su caso el de ser escritor. El problema es que, aunque redactaba de forma más que aceptable, carecía por completo de imaginación. Impulsado por su férrea voluntad se enfrentaba una y otra vez al folio en blanco con nulos resultados, haciendo de la hoja su particular sudario. Por más que lo intentara no se le ocurrían argumentos, su capacidad de fabular era nula.
Para superar sus limitaciones como escritor, Clemente se matriculó en un taller literario en el que enseguida reveló sus angustias creativas. “Escribe solo de aquello que conozcas”, tal fue el consejo lapidario que escupió la profesora del taller, partidaria de la autoficción en literatura. Siguiendo las recomendaciones de su maestra, Clemente se convirtió en un compilador de las anécdotas y pequeñas historias de la gente que le rodeaba, material con el que pudo pergeñar sus titubeantes relatos iniciales.
Héctor Daniel Olivera Campos
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