Cuando Andrea miró directamente en la profundidad de aquellos ojos
marrones que la observaban desde el otro lado de la mesa, no pudo dejar de
sentirse un tanto decepcionada por lo que vio allí dentro. Su primer impulso, al percatarse del vacío que proyectaba esa mirada que la desafiaba con
desprecio, fue pedir al guarda que volviera a abrir la puerta de aquel aula para
poder regresar a zona segura cuanto antes; sin embargo, el recuerdo de los
interminables días de travesía, los favores que había tenido que pedir para
llegar hasta allí y la dureza del camino de vuelta que debía emprender,
mantuvieron su cuerpo rígido, pegado a aquella silla de metal con asiento de
madera que le recordaba vagamente a las que había usado en sus tiempos de
escuela, cuando la imagen de su país en guerra parecía algo irreal e inimaginable fuera de las pantallas de cine
Ángel Luis San Millán Torres
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