Javier Martínez no era más que un hombre de mediana edad. Un buen tipo con una mirada decidida, pero sin embargo cansada. Posiblemente por haber dedicado parte de su vida a buscar un buen trabajo. La suerte no era su fuerte; más bien lo contrario. Sus escasos recursos académicos probablemente fuese la causa de que se hubiera visto obligado a trabajar en lo que encontraba. Lo que nadie quería. Fueron decenas los oficios que desempeñó. Aun así, jamás alcanzó a saber cuál era el suyo. Así sucedió hasta que encontró el que podría ser definitivo, el que le durase hasta llegar a la edad de jubilarse. Pero, lo que no esperaba, era que aquella muerte pudiese trastocar sus vidas.
A sus cincuenta años, entró a formar parte de la plantilla de una empresa de seguridad. Sus primeras gestiones fueron aquellas en las que tuvo que trabajar de noche y hacer vigilancias en lugares donde se pasaba calor en verano y frío en invierno.
Vicente Corachán
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