Aún teñido de azul, el alba emerge de la noche glaciar. Al tiempo se disuelven las sombras y se aclara el aire, tan puro que escuece en la nariz al respirarlo. Detrás de las colinas, donde termina lo conocido, la bola colorada del sol no ha levantado aún el vuelo.
Desgreñado y patizambo camina por la vaguada, madrugador como todos los
animales. Si acaso distinto de ellos por su rostro, no del todo cubierto de pelos. Y por la piel de oso con aberturas para el cuello y los brazos.
Cuando cambia el terreno, o se interpone algún accidente, se detiene antes de salvarlo y olisquea el aire. Ahora, con el deshielo, los torrentes bajan crecidos. A veces desbordan el cauce y hacen cambiar el paisaje. Es más seguro confiar en el olfato para regresar, después de la caza, al abrigo de la cueva.
Julián Granado
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