Abrió la verja y empujó. Un sonido familiar y chirriante se escuchó unos segundos. No le molestaba. Estaba acostumbrada. Era su casa. Su patio. Su jardín.
Vivía sola. Nunca se había casado. Nunca encontró el amor del que hablaban los libros. Su trabajo de bibliotecaria le había absorbido y llenado su soledad.
Le gustaba tocar los libros, sentir el tacto duro o blando de las tapas, detenerse en la portada, leer los títulos, las reseñas de la contraportada y si le llamaban la atención, se los llevaba a casa y los leía o devoraba según le atrapara o no la historia.
Le gustaba colocarlos ordenados en las estanterías, clasificarlos, primero en
ficheros de papel y más tarde digitalizarlos en el ordenador.
Le gustaba ver llegar a los estudiantes con sus libros bajo el brazo, en parejas o solitarios, divertidos o nerviosos según fuera o no época de exámenes.
Pablo Badoco
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