Frota cuidadosamente la resina por cada uno de sus dedos, impregnando de forma meticulosa cada poro, cada grieta, cada arruga. Los decibelios aumentan por segundos hasta estallar en una gran ovación, lo cual le indica que la carrera de los cuatrocientos metros ha llegado a su fin. Le viene a la mente que el Mundial de Atletismo se asemeja bastante a un instituto: por un lado, están las pruebas estrella, esas que, al igual que los chicos populares monopolizan las sonrisas y suspiros de las adolescentes, se llevan los aplausos y los minutos de televisión. A juzgar por la cantidad de seguidores situados en las gradas del acceso sur, el salto con pértiga sería el equivalente a un chico del montón.
Observa con cierta tensión al competidor ruso, que ha sido medallista en
los últimos tres campeonatos y parte como favorito. Va a realizar su tercer
intento para la marca de 5,75 metros y se le ve preocupado. Sokolov reclama
palmas por parte del público antes de saltar, lo cual le provoca una ligera
sonrisa, siempre le ha parecido un gesto un tanto pedante. Segundos después, su rival propina un puñetazo a la colchoneta y se aleja con la cara
desencajada.
Ainoa Muñoz
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