Mariano no era consciente de que se moría. Siempre le había pasado, no percibía la callada, lenta y acechante presencia de la muerte.
No se dio cuenta con su madre, ni con su padre, ni con su hermana pequeña, ni con ninguna persona cercana por muy enferma que estuviera. Solo se dio cuenta irremediablemente con todos y cada uno de los gatos que tuvo en su vida.
Veía cómo poco a poco adelgazaban, perdían agilidad, se transformaban en pequeños muñecos de peluche deslucidos y se morían. Meses antes de que sucediera, Mariano se daba cuenta del inexorabley cercano final. Con todos y cada uno de ellos, sin excepción.
Paloma Gómez de Diego
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