Entro a su habitación y huele a pies. La cama está deshecha, los cojines en el suelo y la ropa sucia esparcida por aquí y por allí. Los calzoncillos sobre el respaldo de la silla, la camiseta de fútbol debajo del escritorio y los pantalones suspendidos de una estantería.
Pienso que, si en el techo hubiera un ventilador, también colgaría de él alguna prenda impregnada de la desidia y de las feromonas de la adolescencia. No sé por qué me viene a la cabeza la canción de Hawái-Bombay de Mecano y empiezo a tararearla mientras busco con la mirada algún sitio libre para dejar su ropa limpia. Nada tiene que ver la letra de la canción con aquella selva apestosa. Supongo que la conexión habrá sido la alusión al ventilador o quizá mi subconsciente que me grita que necesito un largo baño, unas vacaciones en la playa y que me hagan el amor.
Olga Prado
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