El sol se esconde tras el muro y dejo de sentir su calor en mi espalda, es casi el final de otra tarde como tantas. Dos pajarillos se posan sobre mi hombro desnudo y al mecerse la hierba con el viento me hace cosquillas en los pies. En especial un lirio blanco que ha crecido rebelde, al contrario que sus compañeros que se alzan altivos. Cerca de mí debe haber una fuente, lo sé porque puedo sentir el relajante sonido del agua al caer, pero no puedo verla porque queda a mi espalda. Frente a mí el suntuoso palacete de grandes balconadas, de viejas contraventanas y oscuras cortinas. Puedo ver la enorme puerta, y sus majestuosas escaleras por las que vi descender a Rodrigo cada día desde su más tierna infancia.
Marta Carón Peña
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