Agosto agonizaba entre tormentas de verano y coletazos de calor. Fue entonces cuando decidí que debía ir hacia el norte, hacía la ciudad soñada. Sé que era una insensatez partir a buscarte después de tantos años, pero no pude evitarlo, me invadía una nostalgia misteriosa, como en uno de esos recuerdos de la infancia en que no podemos discernir si lo que recordamos fue lo que pasó o lo que nuestros mayores nos contaron. Sin embargo, no tengo duda de que ocurrió, lo nuestro pasó, pese a la incredulidad de todos los que oyen mi historia. Te recuerdo como viéndote en una película: eras un niño mimado, amablemente exigente, siempre fogoso, siempre con deseos de hacerme el amor. Aún rememoro tu respuesta invariable a mis reproches, cuando te reñía por beber demasiado; “Pintar, beber y amar”; me decías riéndote, en esos tres verbos se resumían tu filosofía.
Hector Daniel Oliveira
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