Con diez años, cometió su primer robo en una granja que se encontraba de camino a la escuela. Fue un acto instintivo, sin haberlo planeado por adelantado. El hurto fue una bolsa de regaliz negro. Aunque sólo al salir a la calle se arrepintió de cogerla, después de un rato de pensar mientras saboreaba la deliciosa goma, no le pareció un hecho tan grave y sí emocionante.
Aquella mañana, veinticinco años después, acudió a su mente este hecho, después de entrar a robar en una casa. Para ser exactos, recordó este primer robo y una infinidad de robos más. Como si su vida que estaba llena de ellos, le pasara rápidamente por delante sin cesar, hasta quedar en un estado catatónico sin poder apartar la mirada de lo que acababa de descubrir.
Jordi Cabré Carbó
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