Era una mañana fría y neblinosa. La bruma se había dormido en el fondo de los valles de los montes de León, pero por encima de ella la visibilidad era excelente, perfecta para lo que tenía que hacer.
Había estudiado hasta el mínimo detalle: El recorrido de la montería, las zonas en la que se apostarían los cazadores, el tipo de arma y calibre que GM llevaría, la hora en la que llegarían, …
Con los primeros rayos de sol, me situé a unos quinientos metros de distancia, entre dos árboles cuyas ramas me ofrecían un buen soporte. No tuve que esperar mucho. Por el estrecho sendero vi que se acercaban dos todoterrenos, que se detuvieron en una vaguada y de los que se apearon ocho personas y una jauría de perros. La mitad de los hombres, portando sus armas, subieron monte arriba y se situaron en sus puestos. Media hora más tarde, los otros soltaron a los perros y empezó la cacería. A través de la mira telescópica de mi rifle, localicé a GM. Era el segundo de la derecha.
Francisco Artacho
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