Llamé a la compañía de taxis para que me recogieran al final de la calle. Era un barrio alejado del centro, así que tendría que esperar unos veinte minutos en una noche que ya se vislumbraba fría antes de salir de casa, pero como ya me había comprometido a acudir y mis amigos insistieron tanto, accedí, impulsado más bien por la obligada necesidad social de cumplir con las expectativas de mis congéneres respecto a mi vida amatoria que a las mías propias.
Les había presentado a mis tres últimas parejas y, ni Clara, ni Julia, ni tan siquiera Bianca, la exuberante y complaciente Bianca, pasaron el corte. Mi elección de compañeras no les parecía adecuada. Cierto es que no cumplían con el modelo imperante de pareja al uso, pero a mí me brindaban todo lo que necesitaba. Y más aún, excluían lo que no necesitaba.
Rakel Canales Pérez
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