Lo vi por primera vez en el bar del mercado tomándose un batido de chocolate. Apretaba la taza con las dos manos para calentarlas del frío. Enero había traído ese invierno una furia de nieve y ventoleras como hacía años que no se veía en España. Era el más crudo invierno desde 1918, según decían los periódicos.
Llevaba un viejo pantalón tejano, sandalias de playa y una camisa de franela. Su tez morena, ojos oscuros, más bien bajito y de formas redondeadas lo delataban como inmigrante sudamericano.
No era joven. Frisaba los cincuenta por lo menos, o los avatares de la penuria, la odisea de un viaje incierto y la melancolía de su tierra luminosa y caliente le habían bordado más arrugas que las que le correspondían por edad.
Rafi Bonet
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