Muchas jotas habían marcado su vida. Lustros y más lustros dedicados a la judicatura, todavía hoy se le recordaba en los pasillos de los juzgados como un juez iracundo y autoritario, algo jacobino, si se me permite la expresión. Infundía verdadero terror, podría decirse que ajusticiaba más que impartir justicia.
La sala de vistas en cuya inmediación se celebraban los juicios era concebida como una suerte de patíbulo, a la que los acusados se encaminaban pesadamente en silenciosa procesión, con cabeza gacha y voluntad doblegada, en espera de la inexorable y cruel condena. De hecho daba
la sensación que su nariz aguileña, heredada de sus ancestros judíos, fuera en cualquier momento a hacer las veces de guadaña. Su cuello de jirafa le proporcionaba una atalaya privilegiada desde la que sus ojos inquisidores intimidaban a sus objetivos y escrutaban cuanto acontecía en su presencia.
Jordi Julià
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