Trataba de evitar ver su reflejo en el gran espejo del vestíbulo, de modo que no sintierase ridículo, de tal guisa que los primeros días de su celebrada plantada, mantuvo la visera de su celada bajada para que no le reconociera alguno, que asistiera a la función. Cierto que tenía la gran suerte de ser de complexión recia, seco de carnes y tener un rostro enjuto, junto una barba rala blanquecina y puntiaguda, que en definitiva, eran las pobres características artísticas que exigían, por lo que le ofrecieron un contrato para un año del que resultaron 14 meses, y no pareciere mal el estipendio por hacer de plantón con los herrajes de camuflaje.
Joaquín García
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