La conoció en Internet. Durante los primeros días se enviaban mensajes de correo, y finalmente acabaron chateando y viéndose en las pantallas de sus ordenadores a través de sus cámaras web. Desde el primer momento, se había establecido entre ellas un lazo de amistad, que las llevaba a pasar varias horas de cada jornada contándose sus secretos e intimidades. María vivía sola. Era una chica de treinta años, rubia y de facciones muy agradables, que gustaba de la literatura, especialmente la del género de terror. Raquel,
sin embargo, prefería las novelas románticas; estaba casada y rozaba los treinta y dos. A lo largo de sus interminables chateos, le había contado que su marido era bastante egoísta y que la dejaba sola hasta altas horas de la noche, yéndose a jugar al billar o a echar partidas de póker con sus amigos. Al principio, Raquel había protestado por esa actitud, pero al ver que su esposo no daba el brazo a torcer, optó por aceptarlo, porque, en el fondo, temía que él pudiera llegar a maltratarla
Francisco Artacho Arjona
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