El ambiente en la sala se había empezado a calentar hacía ya un buen rato.
Justo en el instante en que se proponía dar alguna explicación que apaciguara un poco los ánimos, se abrieron las puertas del gran salón. De repente se hizo el silencio y prácticamente la totalidad de los allí presentes se giraron al unísono para saber quién importunaba de aquella manera.
Completamente inmóvil, entre las dos enormes puertas de roble, se encontraba un joven de aspecto más bien rudo. De serio semblante, ataviado con pantalones y camisa tejana, sombrero y botas, portaba algo en su mano derecha que a todas luces, parecía ser algo pesado. Por desgracia no era visible para los presentes ya que estaba cubierto con una especia de manto oscuro.
D. A. Galan
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