Lo vieron llegar por el camino de los contrabandistas. Siempre aparecía por allí cuando se aventuraba a robar en los campos de los señoritos. Un día de estos le pegarían un tiro y nadie lo recogería de entre los rastrojos; sólo los buitres sacarían provecho. De lejos ya se veía que traía el saco lleno. Tal vez le pudieran robar algo de lo que llevaba. Todos en el pueblo sabía que el que roba a un ladrón…
– ¡Amigo, amigo! El trato sigue en pie – le gritó Eulogio desde la puerta de su casa para que se parara al borde del camino de 9erra.
– Pero, ¿Qué trato, vecino? – contestó Crispín levantando un brazo como si espantara un bicho.
Eva Marín
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