No soy una persona simpática, no es falsa modestia, no lo soy, ni lo quiero ser. Odio a las personas, a las amables más que a las demás. Me irritan, me producen ardor estomacal. Los vampiros son vulnerables al sol, al ajo y al agua bendita, yo a la dulzura, la simpatía y los buenos modales. En el mundo de lo políticamente correcto, el tránsito por la vida para un individuo como yo es una tortura. Vivo rodeado de seres blanditos, acuosos, prescindibles. Ante tanta deyección humana y para evitar padecer a esa subespecie que son las personas respetuosas me establecí en un pequeño pueblo con apenas unas docenas de habitantes. Para evitar la interacción con otros compré unas tierras a las afueras del pueblo, casi en el bosque y allí construí mi fortaleza: una casa funcional, llena de comodidades que me proporcionan todo lo que puedo necesitar. Soy escritor y puedo permitirme trabajar desde casa sin ningún problema. Así que aunque el mundo es una mierda, logré construirme uno a mi medida, casi perfecto y así ha sido hasta hace poco.
Carmen Gracia
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