Desde la habitación me llega el olor de la comida que está preparando la abuela. Dejo el álbum de fotos que estoy ojeando a un lado y cierro los ojos, intentando visualizar el menú. Resalta un fuerte olor cristalino: habrá preparado su amoroso caldo hecho con las verduras del huerto que tanto cuida y protege mi abuelo. Un caldo creado con el amor que reciben las verduras al crecer y el amor que reciben al perecer, hirviendo juntas dejando
su último y delicioso aliento a tan exquisito manjar. Distingo otro aroma que no consigo descifrar. Es un olor nuevo, como de victoria. Voy hacia la cocina para ver qué es: la abuela ha logrado hacer el pastel de zanahoria que tanto deseaba, después de muchos intentos fallidos. Noto el sabor en su mirada. El hambre empieza a rondarme. Abrazo a mi abuela. Me acaricia el pelo y me señala el horno. Miro dentro y veo que está haciendo pollo con ciruelas. Pero no es un pollo con ciruelas cualquiera. Es el que hacía mi madre.
Júdit Alcàntara Casals
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