La señora Ma Ángeles cada día paseaba por delante de la tienda de animales. Tuvo el antojo de una mascota, y le suplicó a su intransigente esposo que no demorada más sus deseos de adquirir una perrita “Marilín”. Las Marilín son esos pequeños perros Yorkside cuyas amas y amos adornan con un repipi lacito en la cabeza. Se dice de ellos que les gusta lamer y relamer cualquier cosa pringada de mermelada; partiendo de esta premisa el derroche de fantasía se sobreentendería, y el esposo se negó rotundamente a satisfacer el capricho de su señora. Dar rienda suelta a la imaginación libidinosa sería conceder poder, lo cual frustraría la posición varonil del enfermizo marido.
Un día de paseo a finales del verano, el matrimonio por tendencia prodigiosa se dirigió a la tienda de animales. Eran cerca e las diez y el chico encargado acababa de abrir. Antes de que este pusiera orden y limpieza, la sra. Mª Ángeles se adentró hacia el mostrador donde previamente en uno de sus extremos se encontraban recipientes de animales exóticos, y, en el otro unas jaulas de ratones, cobayas, perros y gatos. La peste de las heces y orinas frenaron e acceso al marido, quien se quedó
fuera observando las peceras del escaparate porque aquellos hilos colgantes de los diminutos vertebrados no apestaban.
Xavier Hernández
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