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Luis Gutiérrez Maluenda, Mala hostia, Ed.Alrevés, Barcelona, 2011.

A Maluenda no se le nota en casi nada, por suerte, que era un informático bien situado, como cuenta su biografía. Lo dejó para deambular por la ciudad y escribir con lo que veía. Hablar con él es conocer Barcelona, sobre todo la Barceloneta y el Raval, los barrios por donde se desvive, la mejor paella, la calle más increíble o la librería más “negra y criminal”.

La novela de Maluenda es como un injerto. Ha introducido una cuña de la novela negra americana en el árbol saludable de la novela catalana en castellano y ha dado el fruto áspero de esa narrativa con las características de desarrollo en los barrios bajos barceloneses, el detective antiheroico, los casos inicialmente empobrecidos junto al lenguaje cínico y cortado del desengaño, el amor a la música –jazz, blues, cante jondo, tango- la acción violenta que plaga el relato de cadáveres, la visión más negra que social de la humanidad, el sexo intranscendente y diversificado.

En esta quinta entrega, en concreto, el detective se llama Atila. Él prefiere explicarlo como el mote de sus compañeros por lo que arrasaba en el fútbol. La realidad es que se trata de su nombre propio, fruto de un gesto de mala leche de su padre. Su despacho, la cabina de un locutorio donde le permite usar un ordenador la amante de turno, que le hace pasar ante el dueño y novio, por un primo de Argentina. Gardel es el trasfondo musical que latiniza la desesperanza. Su casa es un cuartucho de veinte metros que cruzan todas las tuberías y desagües de un edificio de pisos. Conoce a los vecinos por el sonido de sus deshechos. Sus honorarios no le dan para el displicente knokando de Pepe Carvalhlo. Destroza su hígado con whiskys más agresivos. Y sus casos, inicialmente, son pisos pateras y prostitutas rusas. Detrás se esconden los señores del poder y del dinero que aparecen poco a poco, a medida que se cruzan las calles de la intuición y la casualidad. El amor sigue siendo impredecible y sorprendente. Por supuesto tiene nombre de mujer, Valentina, aunque resulte inicialmente agresivo.

Son dos horas de lectura sincopada. Para los voluminosos tiempos que corren por las editoriales, un trago ácido y reconstituyente de fin de semana.(Aurora Rincón)


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