Haruki Makurami, After Dark, Tusquet, Barcelona, 2008
After Dark se mueve, como casi todos los libros de Makurami, al ritmo del jazz. Lento y sinuoso. Insinuante y simbólico. Se produce dentro de un mundo imaginario que se desenvuelve en el mundo más real. Menos deslumbrante que Kafka en la playa y más sereno que el Tokio Blues.
La protagonista del libro es la noche y algunos de los seres que la pueblan. Fundamentalmente atiende a dos tipos de personajes. El adolescente, presente en todas sus novelas, y los profesionales de la oscuridad: prostitutas, sádicos, proxenetas y profesionales del negocio del sexo.
Mari es la adolescente rebelde que decide perder el tren de vuelta a su casa y permanecer en la ciudad una noche completa. Sus perspectivas no van más allá de pasar la noche en blanco. Un libro y un café en un bar restaurante es todo lo que pretende. Takahashi es un habitante habitual e inocente de la oscuridad. La aprovecha para ensayar con un conjunto musical. Será el enlace de Mari con otros personajes. El más interesante es Kaoru, la encargada de un “hotel por horas”, que le queda muy agradecida por su ayuda con una prostituta china maltratada, frente a la que sirve de intérprete. En ese papel percibirá el aliento de la mafia china de la prostitución y la trata de blancas.
En otro nivel, y otro escenario, se encuentra Eri, la hermana mayor de Mari y conocida de Takahashi. Su mundo es otro. Uno de esos mundos propios de Makurami, dominado por el misterio y la ensoñación. Es la adolescente bellísima y perfecta. Buena hija y modelo en ascenso. Lleva meses sumida en el sueño, entre su habitación real y la que se refleja en la pantalla televisiva. La cámara de un presunto director de cine que va proporcionando la forma de mirarla, de verla y de valorarla en su dulce desvanecimiento es, quizá, la apuesta más simbólica y más atrevida, y no siempre todo lo ágil que cabía esperar, que el autor realiza. Eri tiene mucho de “Bella durmiente” y algo del “Ahogado más hermoso del mundo”. Pero es sólo una adolescente que duerme su adolescencia con un “sueño demasiado perfecto”. La última obra de Murakari proyecta una amenaza difuminada, por un peligro inconcreto, que se extiende a lo largo de toda la lectura. Bonet/Rincón
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