Alcanzar la vejez y haber procreado en el trayecto no debería otorgarle a uno la condición de abuelo, ni mucho menos. Florencio, con sus rubicundos mofletes y su barba blanca, nunca resultó la afable versión de San Nicolás que cualquiera de sus nietas, entre las cuales me incluyo, hubiéramos deseado, más bien todo lo contrario. Personalmente, lo recordaré siempre como un auténtico cascarrabias: un humor de perros por la mañana, a mediodía y por la tarde; y, según los vecinos que lo sobrellevaron durante los años que vivió, empeoraba al llegar la noche.
Germinal García
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