Juan apura su segundo coñac apostado en la barra del bar sin atender apenas al partido de fútbol que emiten por el televisor. Un viejo Sony Black Trinitron que lagrimea churretes de aceite, consecuencia del arduo trabajo de la freidora durante catorce incesantes horas al día, recalentando pancetas con sabor a cebolla pochada. Todavía le duele el costado, pero confía en que a medida que trascurra la noche, el malestar remita. Pide su tercer Magno. Prisa no tiene y tarde no es. O sí. Tal vez sean ya horas de recogerse para un hombre casado, con tres hijos y parado desde hace seis años. Ya no se acordará de encofrar, piensa. Ahora, con cuarenta y ocho años y algo jodido de salud, tampoco sería como el de antes. Escoria humana, piensa.
Pedro Luís Méndez Sánchez
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