Cuando recobré el sentido, estaba en la cama de un hospital. Me dolían hasta las pestañas. El médico me informó que había estado a punto de matarme y que, gracias a Dios, solo tenía roto el fémur de la pierna derecha, dos costillas, el cúbito y el radio del brazo derecho y habían tenido que coserme una brecha en la cabeza, con siete grapas. Por suerte, solo tenía eso, me dijo con una sonrisa paternal.
Aquella mañana, mi nieto Marc y yo habíamos ido al museo naval. Es un lugar al que me gusta ir de año en año, para alimentar mis sueños de tener algún día mi propio barco. Tengo colgado en la pared mi titulín de patrón de yate y vela, casi descolorido y que nunca he tenido ocasión de utlizar. Y sí, me gustaría tener un pequeño barco de recreo, aunque fuera una menorquina
y salir a pescar con mi nieto. A todo esto, aún no os lo he presentado: Marc tiene siete años y desde bien pequeño me lo he llevado a pescar a los espigones de los puertos o al pantano del pueblo. Podríamos decir que comparte mi afición y seguro que algún día no muy lejano pescará mejor que yo.
Francisco Artacho Arjona
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