“Dormía un jardinero
a pierna suelta:
dormía y se dejaba
la puerta abierta.
Hasta que un día,
le robaron la rosa
que más quería”.
Ya se había acabado la guerra aunque todavía corrían malos tiempos; igual para algunos nunca fueron buenos. A pesar de todo, con la fresca, la terraza de Campanitas se llenaba de mozos dándole a la botella de anís y sacándoles coplillas a las mozas. ¡Ante todo, viva la cuchufleta, la juerga y el cashondeito! Se dedicaban al cante con poco arte hasta bien tarde, cuando el tabernero se liaba a escobazos y les hacía comprender con diplomacia que era llegado el
momento de marcharse cada cual a su casa para dormir la mona. Seguramente, tiempo atrás, el Jacinto también se dejaba caer por allí de tanto en tanto con su inseparable burro. La historia del Jacinto no la escuché en la taberna sino que me la contó la Oristela.
Ángel Figueroba
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